La operación
El día de la operación llego al hospital diez minutos antes de la hora prevista para la intervención. Antes de entrar en el quirófano, me ordenan ponerme unas calzas en los pies. Una vez dentro, una enfermera me da las instrucciones convenientes. Debo despojarme del reloj, pulseras y objetos metálicos, como el cinturón. Después me ordena subirme la camiseta hasta el tórax y bajarme el pantalón y los calzoncillos hasta los tobillos. Previamente el urólogo me había aconsejado acudir con slips, pues limita el roce con el pene después de la operación. Una vez tumbado, el médico coloca sobre mi cuerpo una tela azul y con unas tijeras retira un trozo cuadrado en el área del pene.
En mi caso, la anestesia es local y llevada a cabo por el propio urólogo, aunque es frecuente que la inyección sea suministrada por el anestesista. Consiste en dos o tres pinchazos en la base del pene, dolorosos pero sin llegar a los extremos de los que habla mucha gente. El efecto anestésico llega en seguida, aunque tardó un poco en llegar a la punta del glande, razón por la cual me molesta inicialmente el roce de los dedos del médico con esa zona. A partir de ahí no siento nada y al cabo de veinte minutos ha terminado sin mayor complicación.
Todavía tumbado, me dice que ya puedo mirar. El pene está envuelto por una gasa a modo de turbante dejando un orificio de 3 cm en la punta del glande. Coloca una gasa encima, manteniendo el pene en posición vertical, y me dice que me vista. Todavía con los efectos anestésicos, salgo del quirófano sin complicaciones y vuelvo a casa, acordando una consulta para dentro de cinco días. Me ordena no tocar el pene en 24 horas, y al cabo de éstas, retirar la gasa, lavar con agua y jabón y sustituirla por otra, y así sucesivamente cada vez que orine.
Al cabo de un cuarto de hora pierdo el efecto anestésico. Empiezo a sentir progresivamente un fuerte dolor en el pene, tanto en la base, como en el lugar de corte y también en el glande. Casi sin poder andar, llego a casa, me tumbo en la cama revolviéndome de dolor y me tomo un Nolotil. En unos minutos el analgésico hace su efecto y me siento mejor.
Y llega la noche, advertido de que debo evitar a toda costa las erecciones nocturnas. Coloco un cubo de hielo artificial en la mesilla de noche, recién sacado de la nevera, por si acaso. Pero no tardan en llegar cada vez que logro conciliar el sueño. El dolor me despierta, un dolor horrible, tirante, distinto a cualquier otro dolor sentido antes. No sé qué hacer, si me muevo me duele aún más, toco los hielos pero ya están calientes... por suerte el propio dolor neutraliza cada erección y el mal rato pasa al cabo de unos quince a veinte segundos. En total, paso la noche en forma de seis cabezaditas de pocas horas.
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